En la vida sólo tenemos certeza de dos cosas: la primera es que nacemos mucho antes de que tomemos conciencia de este acto; y segundo, de que en algún momento nos tenemos que morir sin que tengamos que enterarnos antes (ni después). Lo particular es que ambos casos son considerados como las únicas pruebas de que somos humanos y que nos diferencia de las máquinas. Por lo menos así ocurre en el mundo real.
Pero la poca conciencia que suscitan las redes sociales en los jóvenes, y la masa en general, nos ha llevado a perder los estribos y no diferenciar lo real y lo ficticio, lo privado de lo público, y a traspasar esa delgada línea entre lo sagrado y lo profano.
Independiente del motivo, lo que deja, y la tortura que significa la pérdida de un ser querido, es probablemente este uno de los dolores más grandes con los que debe cargar una persona. Pero ¿Cómo enfrentamos el fallecimiento de un amigo, o amiga, cuando somos parte de dos mundos; uno digital y el otro real?
Pero esta duda no llegó a mi vida "tan moderna" por arte de magia. Hace algunos días un sin fin de publicaciones notificaban en la pestaña inicio de Facebook un fatídico y lamentable desenlace (de quien prefiero resguardar su identidad por respeto a sus amigos y conocidos) que suscito un fenómeno que anteriormente ya había observado, pero que no había problematizado tan profunda y seriamente.
Las notificaciones que allí emergían, no eran más que publicaciones de amigos y cercanos que deseaban un "buen partir" para el dueño del perfil. Palabras de agradecimiento y bendiciones son consigna en la mayoría de los post que adornaban una columna infinita que su destinatario nunca llegará a leer.
Basto con que leyera sólo uno de ellos para que el espanto se hiciera conmigo y la cabeza mi hiciera un blowmind que no se tardó en teñir de fríos epítetos las paredes de la casa.
Lo que verdaderamente me molestaba no era lo que escribían, sino el simple hecho de que la persona a quien iban destinados los mensaje no pudiera leerlos debido a su inexistencia. Característica que es aplicable en dos planos; el primero sobre su indiscutible fallecimiento y carencia de corporalidad y espiritualidad, y el segundo a la falsedad que representan nuestros perfiles en las redes sociales.
No se trataba de repudiar las muestras de afectos que hacían llegar al difunto; sino más bien el canal utilizado además de la perdida de tradición que significaba el acto mismo.
Es imposible desconocer la poca seriedad que acarrea tranzar información a través de las redes sociales, o por lo menos así era considerado hace algunos años atrás cuando lo que primaba al momento de comunicarse era el teléfono.
A lo anterior se suma la espontaneidad con la que surgen este tipo de manifestaciones. Al parecer el placer culpable de vender primeros una noticia no sólo queda relegado para periodistas, sino también a quienes se precipitan a publicar mensajes de apoyo sin medir consecuencias; porque claro, para ellos no existen las consecuencias y la demostración afectiva resulta de lo más normal.
Tal vez no sea tan terrible después de todo, tal vez sólo sea un "¡Ay, Daniel, que eres exagerado" más en mi "vida moderna", pero por lo menos es un fenómenos digno de algunas páginas más enumerando acontecimientos. No vaya a ser después que montemos animitas digitales y transformemos los muros de Facebook en santuarios y la iglesia católica beatifique al primer santo virtual del mundo.
Que no nos espante si lo anterior se hace realidad, total... si el Papa acepta confesiones por Twitter ¿Qué más podemos esperar?
Basto con que leyera sólo uno de ellos para que el espanto se hiciera conmigo y la cabeza mi hiciera un blowmind que no se tardó en teñir de fríos epítetos las paredes de la casa.
Lo que verdaderamente me molestaba no era lo que escribían, sino el simple hecho de que la persona a quien iban destinados los mensaje no pudiera leerlos debido a su inexistencia. Característica que es aplicable en dos planos; el primero sobre su indiscutible fallecimiento y carencia de corporalidad y espiritualidad, y el segundo a la falsedad que representan nuestros perfiles en las redes sociales.
No se trataba de repudiar las muestras de afectos que hacían llegar al difunto; sino más bien el canal utilizado además de la perdida de tradición que significaba el acto mismo.
Es imposible desconocer la poca seriedad que acarrea tranzar información a través de las redes sociales, o por lo menos así era considerado hace algunos años atrás cuando lo que primaba al momento de comunicarse era el teléfono.
A lo anterior se suma la espontaneidad con la que surgen este tipo de manifestaciones. Al parecer el placer culpable de vender primeros una noticia no sólo queda relegado para periodistas, sino también a quienes se precipitan a publicar mensajes de apoyo sin medir consecuencias; porque claro, para ellos no existen las consecuencias y la demostración afectiva resulta de lo más normal.
Tal vez no sea tan terrible después de todo, tal vez sólo sea un "¡Ay, Daniel, que eres exagerado" más en mi "vida moderna", pero por lo menos es un fenómenos digno de algunas páginas más enumerando acontecimientos. No vaya a ser después que montemos animitas digitales y transformemos los muros de Facebook en santuarios y la iglesia católica beatifique al primer santo virtual del mundo.
Que no nos espante si lo anterior se hace realidad, total... si el Papa acepta confesiones por Twitter ¿Qué más podemos esperar?