Crecí rodeado de medicamentos, remedios tradicionales y hierbas. Hice mil viajes al campo y al cerro para recolectar Hierba de San Juan. La preparación de emplastos e infusiones, diseccionar ranas ahogadas en la piscina con una espina de rosa… No sé si fue la infancia más normal, pero fue la mía.
Cualquiera que de niño haya visto Pocahontas recordará que, cerca del final, la protagonista le ofrece a
su peor-es-ná un
extracto de la corteza de la “Abuela Sauce”. Bueno, quizá no todos se acuerdan
de eso, pero yo sí. Cuando mi madre me dijo al oído "de la corteza del sauce se fabrica la aspirina", me cambió el mundo, se me abrió la
mente. Ahí conocí la medicina natural.
Sin
embargo, a pocos meses de recibirme de médico, confieso que me siento un poco aterrado sobre la concepción que la mayoría de la gente tiene acerca de la “medicina natural”. Si bien es cierto que la naturaleza esconde
cientos de secretos (a lo pokemon), y que en lugares como la selva amazónica se ocultan
tratamientos para miles de enfermedades no
significa que puedas curar desde un resfrío hasta un cáncer de colon -pasando
por una neumonía- a punta de agüitas de hierbas.
Muchas personas tienen la idea fija que los medicamentos “de
farmacia” son “más malos” que los “remedios naturales”. Quizá sea porque cada
fármaco que sale al mercado ha pasado por una serie de rigurosos estudios antes
de poder ser indicado por un tratante.
Un fármaco tiene que demostrar al menos dos cosas:
1. Que sirve para tratar algo.
2. Que no morirás si lo tomas.
En ese proceso, todas las reacciones adversas o cosas extrañas que puedan pasar por meter una sustancia rara en el cuerpo, deben ser descritas en el folleto que acompaña cada pastilla en su cajita. Este tipo de estudios no suelen hacerse con los mal llamados “remedios naturales”.
Desde tiempos inmemoriales ha existido gente que lucra con la salud de las personas (y no, no me refiero a los laboratorios, que cobran caro pero gracias a los Hospitales públicos hoy en día se pueden indicar tratamientos caros a costo cero a quienes lo necesiten) dentro de los que se agrupan gurúes, curanderos, falsos shamanes que practican una mescolanza de mímica y pseudo medicina que el 99% de los casos no es coherente con ninguna cultura actual, desde un punto de vista antropológico por lo menos. Y la gente cae, que es lo peor.
Un fármaco tiene que demostrar al menos dos cosas:
1. Que sirve para tratar algo.
2. Que no morirás si lo tomas.
En ese proceso, todas las reacciones adversas o cosas extrañas que puedan pasar por meter una sustancia rara en el cuerpo, deben ser descritas en el folleto que acompaña cada pastilla en su cajita. Este tipo de estudios no suelen hacerse con los mal llamados “remedios naturales”.
Desde tiempos inmemoriales ha existido gente que lucra con la salud de las personas (y no, no me refiero a los laboratorios, que cobran caro pero gracias a los Hospitales públicos hoy en día se pueden indicar tratamientos caros a costo cero a quienes lo necesiten) dentro de los que se agrupan gurúes, curanderos, falsos shamanes que practican una mescolanza de mímica y pseudo medicina que el 99% de los casos no es coherente con ninguna cultura actual, desde un punto de vista antropológico por lo menos. Y la gente cae, que es lo peor.
Cientos de personas, independiente del estrato
socio-económico, rechazan tratamientos dejados con cuidado por sus médicos
tratantes, después de un minucioso estudio de su enfermedad y condición.
Abandonan tratamientos que hasta la fecha los han mantenido sanos (o menos
enfermos) en favor de infusiones de “hierbas mágicas” que de mágico tienen
poco, salmodias en idiomas inventados (¿se han detenido a escuchar las disque
oraciones de los falsos shamanes que cobran su peso en oro por rituales
inventados? Hay de todo: latín, quechua, mapudungun, incluso alemán me ha
tocado escuchar…) y otros incluso abandonan todo tipo de terapias y se entregan
a la “oración”. Comprendo perfectamente el papel que tiene la fe en algunos procesos
de curación, pero el hecho que un cura/pastor/como-sea-que –se-haga-llamar le
diga a uno de sus feligreses que “el Señor solo puede sanar” y que “Dios es el
único médico” no solo desprestigia milenios de ciencia y arte…está cometiendo
una irresponsabilidad que podría tener gravísimas consecuencias.
Seamos claros.
La naturaleza es una fuente inagotable que medicamentos.
La naturaleza es una fuente inagotable que medicamentos.
- La penicilina, que nos ha librado de la amigdalitis cientos de veces y que ha hecho que la sífilis pase de ser una enfermedad desfigurante y mortal a sólo una historia escabrosa que contar en los carretes, es el producto de un humilde honguito que crece en la fruta podrida.
- La quinina, que supuso la primera esperanza contra la Malaria, se extrae del árbol Chinchona.
- Algas y flores como la manzanilla se utilizan hoy en sofisticados ungüentos para tratar la rosácea.
- La Quinua, ese maravilloso grano que puede crecer en terrenos donde no es posible cultivar otros cereales, contiene varios aminoácidos que nuestro cuerpo no puede producir por sí mismo. Y no engorda, para quienes apuestan por un verano sin polera.
Pero la naturaleza es a la vez muy peligrosa. Las plantas no
son adornos benévolos puestos ahí para que los utilicemos. Son organismos
agresivos que han evolucionado a la par con nosotros y son mas brígidas que Siria en guerra biológica. Producen venenos potentes y crueles sustancias que pueden asesinar
al más inocente vegano que se equivoque al armar su ensalada orgánica.
"Una
planta por muy santa que parezca puede producir un fallo
hepático más rápido que
un carrete con pisco Líder."
Así que debemos ser cuidadosos. Todo médico debe saber qué
es lo que está indicando y cómo funciona (lo que estudiamos en los hermosos
ramos de fisiopatología y farmacología). Y todo paciente debe saber qué está
tomando y por qué. Si el paciente deja toda la responsabilidad de su enfermedad
en el médico, está jugando chueco. El médico y el paciente deben ser un equipo.
Consejo del Dr. Pez
Desconfíe de todo “sanador” o “médico” que no sea capaz de explicar cómo funcionan sus remedios, que apele a “ingredientes secretos” y “tradiciones milenarias” y luego sea incapaz de decir a qué tradición pertenece, así como todo aquel que promocione sus tratamientos en base a “energías etéreas” , “fuerzas espirituales” o similares. Si no, acuérdense del Dr. Dencil…un imbécil que decía “ver los genes” en los ojos de sus pacientes y “tratar con aminoácidos”…y luego no sabía qué era un gen. Mucho menos sabía decir qué es un aminoácido.
No existe una medicina natural y una no-natural. Existe una
medicina que funciona y otra que no. Cuando la gente se enferma, cualquier
promesa de cura es seductora. Como resultado, el sentido común y la disposición
a exigir evidencia son fácilmente suplantadas por una falsa esperanza. Dejar
que una manga de ignorantes lucre con el dolor de la gente es algo que me hace
hervir las deposiciones.
Por Hombre Pez